Los alienígenas, ¿se parecen a nosotros?
Para efectos de argumentación, supongamos que el universo está plagado de seres con tecnología superior a la nuestra que merodean por el espacio y que raptan de cuando en cuando a uno que otro Homo sapiens sapiens. ¿Que tan parecidos serán a nosotros? El azar, combinado con las circunstancias de superviviencia, desempeña un papel determinante en la evolución de la vida en nuestro planeta. Si comenzara de nuevo el proceso, difícilmente apareceríamos de nuevo en el mapa. Después de todo, llevamos poco menos de un millón de años habitando la Tierra.
Desde que nacemos, experimentamos la realidad física a través de nuestros sentidos y la estudiamos apoyándonos en otras herramientas (la ciencia, por ejemplo). Nuestros sentidos reflejan únicamente lo que están diseñados para transmitir, pero existe mucho más de lo que ven nuestros ojos. Tomemos algo tan simple como el color. El color es arbitrario y depende del observador.
Nuestros ojos son aptos para diferenciar como colores distintos ciertas frecuencias de una onda electromagnética. Nuestro cerebro hace lo suyo para organizarlo en imágenes y darnos una proyección tridimensional del mundo que nos rodea. Esto, desde el punto de vista de la naturaleza, no tiene mayor relevancia. En el universo, el rango de frecuencias que los humanos podemos ver es solo un pedacito del inmenso espectro electromagnético. Algunos animales ven más que nosotros, y otros menos. Muchos de ellos no distinguen ciertos colores o simplemente ven variaciones de brillo, y algunos no usan la luz para “ver”, como nosotros: emiten su propio campo electromagnético y detectan cualquier intrusión en el mismo. Cualquier cualidad que nos parezca lógica o instintiva acerca de la naturaleza tiende a reforzar ese sentimiento de que “todo el universo es como la
Tierra”. La realidad es que el espacio es un lugar tremendamente hostil para el ser humano y que nuestro planeta es solo un pequeño oasis girando en torno al Sol. Somos la excepción, no la norma… al menos en lo poco que hemos alcanzado a observar.
Las condiciones que se dieron en el sistema solar –y en particular en la Tierra– han dado como resultado vida tal como la
conocemos. No hay gran misterio en esto; sin embargo, alterando tenuemente alguna de las variables podemos terminar con un
guisado totalmente distinto. Aun si todos los sistemas planetarios de la galaxia fueran idénticos al nuestro, la vida sería distinta en cada uno; basta con ver el número estimado de especies que ha habido a lo largo de la historia –de las que hay evidencia– y considerar que más del 90 por ciento de ellas ya se extinguió. No olvidemos a los dinosaurios. Reinaron la tierra por más de 200 millones años y se fueron en unas cuantas noches. No hay mucho de especial en nosotros desde un punto de vista estrictamente biológico. Existen cientos de especies con características similares a las nuestras y hay suficiente evidencia para entender que la vida converge en un solo punto en el pasado.
Los ingredientes básicos de nuestra biología son un grupo de proteínas conocidas como aminoácidos. Estos compuestos orgánicos se encuentran en planetas, cometas y meteoritos que vagan por el espacio interestelar. Los ingredientes están por todas partes. ¿Por qué creer que somos lo únicos? Sería inocente de nuestra parte asumir que solo hay un panadero en el Reino de la Harina.
Sin entrar en el terreno filosófico para discutir la relevancia del hombre en el universo, me basta con saber que somos parte de la naturaleza y que tenemos la habilidad de aprender cosas acerca de ella. No somos el epítome de la creación. Si no están convencidos, los invito a pasar un rato frente a chimpancés o gorilas en algún zoológico.
La naturaleza utiliza todas las posibilidades a la mano. Es tan variada la gama de opciones que difícilmente se repiten los patrones, sin importar el momento en el tiempo ni su duración. Raro será que una forma de vida alienígena se parezca a algo que
conozcamos.